Y entonces, sólo entonces,
cuando, a las dos de la mañana,
te lloro al filo de la cama,
cuando recuerdo, de sorpresa,
tu mano con la mía,
cuando un disco completo me habla de ti,
cuando los ojos,
estos ojos que se arrepienten
de haberte mirado a los ojos y haber callado,
me gritan el dolor que genera
tu mórbida ausencia en el interior...
Sólo entonces, ahí, cuando pierdo la razón,
cuando nada me gobierna,
cuando vuelvo a ser primitiva,
sólo entonces,
te odio.
Entonces es ahí, donde quisiera pedirte
que, de forma inminente y pronta,
mueras.
Por mi bien, por el tuyo, por el de ambos.
O quisiera al menos, poder pedirte
que terminaras de morir en mí,
porque, corazón,
ya casi te mueres,
aquí, donde me prometí que nunca morirías.
Entonces, cuando la razón me clama tu muerte,
el corazón me implora que te perdone la vida,
aunque seas puñal,
aunque seas veneno al alma
Es este corazón el que me pide,
me implora, que te salve.
Por ti, por mí, por ambos.
Pero, ¿cómo salvas a alguien que no quieres ser salvado?
No se puede.
Es nadar contra corriente.
Es como saltar esperando que te detengan.
Entonces, ahí en donde te odio,
quisiera pedirte que te perdieras,
pero ya estás perdido.
Te he perdido.
Entonces, cuando ante mí surgen
los mares de mi insensible imaginación,
cuando te concibo con ella
(porque, aunque no lo digas,
aunque te calles, sé bien que ella está),
me gustaría implorarte,
no me dejes...
Es entonces, donde percibo,
cruda mi verdad,
que nunca me dejarás,
porque nunca has sido mío,
siempre de otra, jamás de mí,
que nunca te salvaré,
porque no quieres que nadie te salve,
que nunca morirás, porque, tal vez, en el fondo,
has muerto,
que nunca estarás conmigo,
porque yo sólo suplo
a aquella con la que tu corazón está...